El día más corto no es una anécdota astronómica. Es un lenguaje. Una llave. El sol retrocede hasta su límite, y nosotros con él. Todo lo que parecía crecer, cesa. Todo lo que parecía claro, se apaga. Pero es aquí —justo aquí— donde la rueda gira.
El solsticio de invierno no celebra el frío: lo enfrenta. No alumbra el afuera: alumbra el fondo. Es un corte, un quiebre, una grieta por donde el alma asoma su verdad sin maquillaje. Las máscaras caen. Las hojas caen. Los rituales sobran. Solo queda una brasa. Y la pregunta: ¿qué de mí no muere?
Porque mientras la luz exterior mengua, el misterio interior se enciende. El sol se esconde en las raíces, y si no bajás con él, te quedás solo con el cascarón. No es tiempo de cosechar, ni de pedir. Es tiempo de reconocer qué semilla quedó viva bajo el hielo.
¿Y si no quedó ninguna?
El solsticio es juicio. Es rito de paso. Y no hay velas ni sahumerios que basten si no estamos dispuestos a arder sin truco. A mirar la noche como lo que es: una madre exigente que devuelve el alma sin adornos, si nos animamos a quedarnos lo suficiente.
No hay iniciación sin invierno.
No hay amanecer sin descenso.
No hay símbolo solar que no haya muerto antes en la sombra de una cueva.
Y aún así —o por eso mismo—,
la rueda gira.
El corazón arde.
El alma recuerda.
Porque el frío no es final:
es umbral.
Feliz solsticio de invierno para vos 🥰
🌈🐰💫Meditación para hoy: 🐰🌈💫
Cerrá los ojos.
Sentí el frío en la piel.
El sol no está arriba. El sol está adentro.
Este no es un tiempo de luz.
Es un tiempo de verdad.
¿Qué de vos sigue ardiendo, incluso en la noche más larga?
No le tengas miedo a la oscuridad.
Ahí nacen los símbolos, las visiones, los nombres perdidos.
El invierno no te pide que florezcas.
Te pide que resistas. Que recuerdes.
Que sostengas esa brasa mínima que no se apaga.
Porque incluso ahora, incluso así,
la rueda sigue girando.