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Carnaval otra vez

El carnaval es mucho más que una simple festividad de disfraces, bailes y excesos. Desde una perspectiva esotérica, representa un momento de transición, un umbral entre el orden y el caos, entre la realidad cotidiana y el mundo de lo oculto. Su origen se remonta a antiguas celebraciones paganas que marcaban el fin del invierno y el renacimiento de la vida, cargadas de simbolismo místico y ritualístico.

Durante la Edad Media, una de las expresiones más emblemáticas del carnaval fue la Fiesta de los Locos, un evento en el que el mundo se ponía patas arriba y el desorden reinaba por un breve tiempo. Esta celebración, que se realizaba en catedrales y plazas, permitía a los clérigos y al pueblo burlarse de las jerarquías, entronizar a un “obispo de los locos” y dar rienda suelta a lo prohibido. Se trataba de una inversión ritual del orden social, un espacio donde lo reprimido encontraba salida, donde los símbolos sagrados eran parodiados y las normas se rompían sin consecuencias. Era una válvula de escape para la rigidez de la época, pero también una representación de las fuerzas primordiales que subyacen bajo la estructura del mundo.

En el trasfondo esotérico del carnaval y la Fiesta de los Locos, se revela un principio universal: el caos como motor de transformación. La anarquía momentánea no era solo diversión, sino un recordatorio de que el orden es transitorio y que la vida, al igual que el universo, está en constante flujo. En la alquimia, esta idea se expresa en el principio de “Solve et Coagula”, la disolución de las formas previas para dar paso a algo nuevo. La locura carnavalesca no es solo una evasión, sino un acto ritual en el que se permite la manifestación del inconsciente colectivo.

Las máscaras que se usaban en estas festividades no eran meros adornos, sino llaves simbólicas que permitían a quien las portaba adoptar un nuevo rol, liberarse de su identidad habitual y conectarse con arquetipos más profundos. En este sentido, el carnaval y la Fiesta de los Locos se vinculan con antiguas prácticas chamánicas y misterios iniciáticos en los que el adepto debía abandonar su viejo yo para renacer con una nueva comprensión. En términos taróticos, podríamos relacionarlo con la carta de El Loco, aquel que camina sin miedo por el borde del abismo, guiado por la intuición y el impulso divino.

El frenesí de la música, la danza y la risa desenfrenada también cumple un propósito ritual. Desde tiempos remotos, las culturas han utilizado el ritmo y el movimiento para inducir estados alterados de conciencia, abrir portales energéticos y conectar con dimensiones más sutiles. En las bacanales de la antigüedad, en los aquelarres y en los carnavales medievales, la risa y el éxtasis eran vehículos de transmutación, una forma de trascender la rigidez del mundo ordinario y tocar lo sagrado desde el desenfreno.

Con el tiempo, la Iglesia trató de domesticar estas festividades, encauzándolas dentro del calendario litúrgico y estableciendo la Cuaresma como un período de penitencia inmediatamente después del carnaval. Pero el espíritu de la Fiesta de los Locos nunca desapareció del todo. Sobrevive en cada carnaval moderno, en cada danza frenética y en cada risa que desafía las normas. En última instancia, el carnaval es el recordatorio de que el universo es juego y paradoja, que el equilibrio solo se mantiene cuando el caos también tiene su espacio y que, a veces, hay más verdad en la locura que en la cordura.